Aquí estoy otra vez con una nueva entrada. Y es nueva en todos los sentidos, ya que por primera vez comparto mi prosa en este blog. Se trata de un relato breve, podría decirse que una mezcla entre la total paranoia y la gran verdad, con trazas de El tragaluz, de BueroVallejo (hay obras que uno devora de forma tan estrepitosa y condensada que le dejan una huella imborrable) y cierta analogía con la película Olvídate de mí (si no la habéis visto, os la recomiendo). Esta película toma su título original, Eternal sunshine of the spotless mind, de un poema de Alexander Pope, al cual pertenece la cita escogida (como podréis observar, en España consideramos que era mejor ponerle un título cutre, que aquí lo profundo no vende). Ambos coinciden en que no hay aislamiento, oscuridad, silencio u olvido capaz de borrar ciertas cosas en la mente de una persona. Espero que lo disfrutéis.
La imagen es un cuadro de Dalí, Noche en el hotel.
Por último, y ya dejo a continuación la narración, me gustaría nombrar Laura Villar, que escribe en
http://lauradevillar.blogspot.com.es/ , y que es quien me introdujo en todo el mundillo de blogs y literatura en el que estoy ahora metido y se lo agradezco infinitamente, y a Adrián Millán, que me ha ayudado en temas de configuración y presentación de Palabras para Ofelia, y que dirige un blog de moda y tendencias que podéis visitar aquí: http://briselecliche.blogspot.com.es/ .
Me han encerrado en una habitación oscura.
Las paredes son tan negras como el extenso océano, al igual que el suelo y el
techo. Ha sido acondicionada previamente de forma que ningún ruido del exterior
pueda alcanzarme: es el más perfecto remanso de paz al que jamás he sido
destinado.
Por fin puedo pensar aquí, y no pensar en
nada al mismo tiempo. No hay nada que me estimule. Oscuridad total. El único
sonido que percibo es el que produce mi corazón al latir. ¡Qué hermosa
tranquilidad! Levanto mis pies del suelo al ritmo de la música inexistente y
camino hasta que me choco con la primera de las paredes: sin duda, es un
espacio cerrado.
Retrocedo entonces unos pasos y me imagino
en el centro mismo de la estancia, donde tomo la decisión de acostarme. El
suelo está frío, y mi interior se agita de pronto al rozarlo con las yemas de
los dedos. Es liso y firme, suave, perfecto. ¿Serán en verdad las paredes
negras o simplemente habrán apagado la luz? La duda me inquieta.
Cojo el lápiz que llevo en el bolsillo y me
pongo a escribir. Palabras inconexas, incoherentes pensamientos que brotan de
mi mano. Escribiré por toda la pared hasta que choque con la contigua, y
entonces seguiré escribiendo en esta. Nadie podrá leer nunca lo que he escrito
porque las paredes son negras, ¿o no hay luz?
Me miro los pies y no veo nada: es la luz la
que falta. El testimonio de un pobre loco podrá ser visto en cuanto alguien
encienda una cerilla. Un momento… Siempre llevo cerillas encima. Me dispongo a
encender una, pero la caja se me resbala al cogerla y cae. Arrodillado, las
palmas de mis manos tantean el suave, firme, liso pero frío suelo. No hay
rastro de los fósforos. Sigo mi búsqueda a ciegas, y de pronto mis dedos se
encuentran con algo diferente. Parece metálico y tiene forma cilíndrica. El
índice corretea con el corazón hasta alcanzar la parte superior del objeto, e
inevitablemente se introducen en él: es un bote de pintura.
Mi mano está manchada y mi cuerpo no tarda
en seguir su rumbo. Me quito la camiseta lentamente, y la dejo caer a la vez
que me deshago de mis pantalones. Ahora la ropa interior. Estoy desnudo de
vestimenta y desnudo del mundo. Es hora de desnudar también mi alma. Llevo las
dos manos hasta el extraño intruso y las baño. Las encamino ahora a mi pecho
descubierto y traslado la pintura de una parte a otra. Me toco todo el cuerpo
hasta estar completamente cubierto de color, pero ¿qué color? Me gustaría saber
si es azul lo que me cubre o es rojo. O negro, negro como el aire de la
habitación. Pero no puedo saberlo así que me limito a pegarme a las paredes, y
me restriego dejando mi huella en todo aquello que toco. Mis pies marcan el
camino que sigo. No puedo parar de correr de un lado a otro llenándolo todo de
esmalte. Vierto ahora el bote completo por el suelo, y ya he perdido el lápiz.
Acostado una vez más, tras el breve momento
de euforia, disfruto del silencio y la oscuridad. Pero el silencio se rompe y
oigo algo, un leve murmullo, un sonido apenas perceptible que se diferencia de
mis latidos: alguien está hablando. Habla demasiado bajo o está excesivamente
lejos, pero habla. Cada vez habla más alto y claro, y empiezo a comprender lo
que dice. Oigo tu nombre. Sea quien sea dice tu nombre. En el más absoluto
silencio lo único que escucho es la misma maldita palabra una y otra vez.
Me pongo a gritar y a agitarme, tirado sobre
un manto de pintura. Quiero que pare, pero cada vez el volumen es mayor y
apenas oigo mis propios quejidos. Empiezo a correr de nuevo y me golpeo contra
las paredes. Necesito salir de aquí, quiero que acabe esta pesadilla. Y sigo
escuchando tu nombre.
En medio del éxtasis y la confusión, se abre
una puerta al fondo y se enciende la luz de la habitación. Dos hombres entran y
consiguen agarrarme para sacarme de allí. A lo largo de las paredes, blancas,
un solo nombre. La pintura es negra. El experimento ha fracasado.
"The world forgetting, by the world forgot.
Eternal sunshine of the spotless mind!"
(Alexander Pope)
Sebastián Blanco Portals
Me gusta más tu prosa que tu poesía.
ResponderEliminar"Quiero que pare, pero cada vez el volumen es mayor y apenas oigo mis propios quejidos. Empiezo a correr de nuevo y me golpeo contra las paredes. Necesito salir de aquí, quiero que acabe esta pesadilla. Y sigo escuchando tu nombre"
Es sencillamente sublime.
M. Albán
¡Muchas gracias! La verdad es que siempre me he dedicado más a escribir narrativa que poesía, pero también me lleva más tiempo entonces tengo menos material...
EliminarMe alegra mucho que te guste, de verdad :D
Más que gustar, me encanta. De verdad. Hay un crescendo en el texto, un ascender que... dioses, es genial. Adoro esto: "Pero no puedo saberlo así que me limito a pegarme a las paredes, y me restriego dejando mi huella en todo aquello que toco. Mis pies marcan el camino que sigo. No puedo parar de correr de un lado a otro llenándolo todo de esmalte. Vierto ahora el bote completo por el suelo, y ya he perdido el lápiz".
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchísimas gracias de verdad :D
EliminarEspero no decepcionarte en mis próximas entradas.
¡Un abrazo!