Aprovecho para deciros que ya existe un twitter del blog en conjunto con Laura Villar y los demás, así que animaos a seguirlo: @malditos90. Además, esta semana soy justamente yo el encargado de mantenerlo, y en él intentaré ir contando alguna cosilla de la actualidad literaria, publicar citas que me gusten especialmente... Estoy seguro de que os gustará.
El cuadro incluido en esta ocasión es el tríptico El jardín de las delicias, de El Bosco. Lamento que no se pueda ver con más detalle porque es verdaderamente alucinante.
Disfrutad de la lectura :)
La música a todo volumen se retorció entre
las paredes de mis oídos hasta atravesar mis tímpanos. Me ensordeció mientras
trataba de avanzar entre el tumulto delirante, con la fiebre propia de aquellos
que salen de casa en busca de nuevas emociones y se encuentran de pronto
balanceando sus cuerpos entre la multitud asfixiante y lujuriosa. Me encontraba
sin saber bien cómo en la morada del pecado, y el mismo Luzbel me esperaba con
la espalda apoyada en la pared del fondo y una sonrisa maquiavélica dibujada en
la cara. El engaño y la maldad se podían apreciar a leguas de distancia. Lo
apreciaban todos menos yo, que tenía los ojos llenos del barro de la presión
mediática.
Me acerqué a él, tembloroso, y le pregunté
si tenía la droga, a lo que respondió con un gesto que me invitaba a entrar al
baño. Lo seguí hasta el interior de uno de los retretes, donde se metió la mano
en el bolsillo y sacó una bolsa de plástico con un par de pastillas.
−Extiende la mano –me dijo, para después
dejar caer las minúsculas cápsulas profetas de mi numen sobre ella−. Con esto
vas a volar.
Me quedé unos segundos quieto, mirando a
aquel extraño personaje que parecía haber entrado sin más en mi vida para
ofrecer respuestas a mis dudas, y me contestó con una pupila lasciva y
maliciosa. Fue en ese momento cuando cerré el puño y salí del cubículo en el
que apenas corría el aire. Me situé frente a uno de los lavabos, mirando mi
cara de culpa reflejada en el espejo, y a mis espaldas de nuevo la presencia
turbadora del joven. Aproximé mi mano a la boca y tomé las dos pastillas,
bebiendo del grifo para poder tragarlas, y Luzbel me acarició mientras tanto el
pelo, como quien se enorgullece de su labor. Me giré lentamente hasta tenerlo
de frente, muy cerca, y tomé su mano, dejando en ella el dinero que le debía
para salir después por la puerta del servicio.
"Habrá que ser entonces muy inteligente
para no olvidar que se es un prisionero"
(Antonio Buero Vallejo)
Sebastián Blanco Portals
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